María Sabina, chamana mexicana
Otra mujer admirable e interesante, y "su herencia", su hija María
Apolonia
El antropólogo y viajero
Benigno Horna
nos ofrece un retrato de ésta mítica chamana mexicana, a quien entrevistó
personalmente en los años 70, cuando llegar hasta su casa en Huatla de
Jiménez era todavía una aventura. Su interés por los alucinógenos, por otra
parte, nació de una experiencia vital y nos aporta una perspectiva que sólo
pueden brindar quienes conocen desde dentro el mundo de los “sabios”
Mi primer encuentro con María Sabina tuvo lugar a finales de 1978. La conocí
en su casa de Cerro Fortín, en Huautla de Jiménez, en la sierra mazateca del
estado mexicano de Oaxaca. Desde entonces, he viajado varias veces a Huautla.
A finales de 2003 estuve con María Apolonia, hija de Sabina y heredera de
una tradición secular que, desde el punto de vista antropológico, está a un
paso de extinguirse.
Mi interés por el uso de hongos alucinógenos aplicados a la sanación ya la
videncia se remonta a mi infancia en Panamá. Allí me familiaricé con
diversos fármacos ancestrales que empleaban para curar diversos trastornos
los chamanes de distintas culturas indoamericanas, con los cuales una parte
mi familia mantuvo un contacto estrecho. Cuando un niño mesoamericano padece
una enfermedad grave, es llevado al chamán o nagual (hombre-animal),
independientemente de que la familia también busque la ayuda de la medicina
occidental.
El hecho es que, de una manera tan efectiva como irracional, estos chamanes
me ayudaron a vencer dos veces la malaria ya superar mi lucha contra la
muerte. Según su tradición, al sobrevivir me convertí en Sukia (aprendiz de
chamán). Pero debí esperar hasta finales de los años 70, cuando mi hechizo
chamánico se incrementó de una manera notable, después de haber leído los
cuatro primeros libros de Carlos Castaneda en torno a las enseñanzas del
famoso brujo de origen yaqui don Juan Matus. Probablemente, dicho chamán
surgió como una figura representativa creada por Castaneda, tomando como
modelo a los distintos cha- manes que le guiaron en su aprendizaje, entre
quienes destacaba María Sabina.
María Sabina hizo su primera «velada»: ceremonia de sanación) para curar a
su hermana Ana, que se encontraba grave. Según me relató, un día la encontró
sobre un petate, tendida y gimiendo de dolor. Estaba agonizando y, si no
llega a ser por su intervención, probablemente hubiera muerto.
La chamana tomó los honguitos sin ningún miedo, con el objetivo de conocer
primero su situación y saber, a través de la vivencia, si el mal de su
hermana tenía remedio. Lo hizo siguiendo la tradición mazateca: usó velas de
cera pura y flores (azucenas y gladiolos). En un brasero quemó copal y con
el humo sahumó a los «niños santos» (honguitos) que tenía en sus manos.
Antes de comerlos les pidió que le enseñaran el camino, la verdad de la vida
y la curación, y también que le dieran el poder de rastrear las huellas del
mal.
En el concepto chamánico, la enfermedad es una intrusión que «sale» (es
expulsada) cuando vomitan los afectados. María Sabina lo expresaba con
claridad: «El vómito se produce porque los hongos así lo quieren. Si los
enfermos no vomitan, yo lo hago por ellos y de esta manera se expulsa el
mal. Los hongos tienen poder porque son carne de Dios. Los que creen sanan y
los que no creen no sanan».
Según me confió, a medida que ingería los hongos brotaban cantos en su
interior. En ocasión de la primera «velada», cuando pidió ayuda para salvar
a su hermana, tomó aproximadamente treinta pares de honguitos y se sintió
rodeada de seres importantes. Después, realizó un viaje muy largo y su
hermana sanó. A partir de ese momento le empezaron a traer enfermos para que
los curara. Ella no cobraba. «Un sabio como yo no debe cobrar por sus
servicios. No debe lucrarse con su conocimiento. Quien cobra es un
mentiroso. El sabio nace para curar, no para hacer negocio. Con las
'cositas' no se debe comerciar, afirmaba Sabina.
María
Apolonia Sabina, Con Benigno Horna en Cerro Fortín, en Huautla de
Jiménez, Oaxaca, México en 2005.
Tradición milenaria
Al morir la más famosa chamana mexicana contemporánea, su hija María
Apolonia heredó este don. En ocasión de mi último viaje a Huautla estuve con
ella. En su casa, junto a los recuerdos que su madre le dejó, Apolonia me
hizo pasar momentos inolvidables y también algo de nostalgia, veinticinco
años después de mi primer encuentro con «la Sabi».
A esta mujer le ha tocado, sin buscarlo, ser la sucesora de una tradición
milenaria que posiblemente toque a su fin cuando ella muera y se reúna con
su madre, la que fuera «mujer-aerolito», «estrella» y «águila». Mientras
vivió María Sabina, su hija se mantenía en un plano discreto. Sólo cuando
falleció «la Sabi», María Apolonia se transformó en «sabia» y se reveló como
«chamana».
Gracias a mis compañeras de travesía, la maestra Mari Carmen Romero y la
traductora mazateca Estela Quiroga Martínez, María Apolonia -que actualmente
cuenta 74 años- ha pasado a formar parte de mi vida. En su casa, rodeado por
las imágenes de san Martín de Pones, la Virgen de Guadalupe y otras
reliquias cristianas heredadas de su madre, nos enseñó una vez más que la
belleza de una persona está en su alma y cómo ésta brota al entrar en
contacto con gente que está dispuesta a ver más allá de las apariencias
superficiales.
Junto a ella vivimos momentos inolvidables cuando la maestra Romero hizo que
María Apolonia se nos mostrara con una intensidad digna de cualquier
aparición mística. Lo que ocurrió después sólo lo sabemos las cinco personas
que nos encontrábamos rodeados de todos los recuerdos y objetos de María
Sabina, ya que al entrar en la casa observamos que había en la habitación
otra persona. Un enfermo que acababa de tomar los hongos y se estaba
reponiendo de la «velada».
Los profanos atribuyen el nombre de esta ceremonia al uso de velas, pero el
término se refiere a la ingestión por parte del chamán de distintos
alucinógenos. El oficiante ingerirá «derrumbe» (Psilocybe caerules- cens) y,
fuera de la temporada en que éstos están disponibles, Psilocybe cubensis,
además del «San Pedro» y otras variedades. En todas las veladas a las que he
asistido en Huautla se empezaba fumando «San Pedro» o «Piziate», un
preparado compuesto por hojas de tabaco molidas, al que se añadía cal, ajo y
otros ingredientes. Luego se liaba para ser fumado, aunque María Sabina,
como María Apolonia, también lo frotaban sobre el cuerpo del enfermo. En
algunas ocasiones se lo daban para que lo tragara y hacerle vomitar y
expulsar el mal. El origen de la enfermedad podía ser obra de otro chamán o
«diablero» o, sencillamente, obedecer a causas naturales. Estas ceremonias
de sanación tienen lugar en la casa del sabio y se realizan al ponerse el
Sol. En el interior, el recinto está siempre rodeado de velas, cirios,
plantas y flores recogidas minutos antes, para evitar que estén
contaminadas.
Los participantes empiezan fumando San Pedro», sentados en círculo. El
«sabio» se coloca frente al paciente y, cuando en la habitación todos
tosíamos desenfrenadamente, el chamán salía fumando «San Pedro» y rodeaba el
recinto para ahuyentar a los malos espíritus con el humo. También se
utilizan recipientes donde se quema «copa1», una especie de incienso que con
el humo producido al fumar el «San Pedro» tienen el efecto de distorsionar
la percepción, produciendo una visión nublada. Las velas se encienden en
honor de los espíritus, que son los dueños de los cerros, árboles, plantas,
animales y manantiales de la zona. Este rito tiene por cometido conseguir
que éstos se muestren propicios, antes de pedirles ayuda para sanar al
enfermo. A continuación, el chamán saca de una bolsita de cuero los hongos y
los reparte de dos que en dos a cada uno de los asistentes. El último que
los recibe es el paciente; entonces el chamán empieza a entonar cánticos
para atraer a los «espíritus aliados». A los que no ingieren los hongos se
les da «San Pedro», que debe mascarse como si fuese chicle. Pocos de los
allí presentes entendíamos el significado de los cantos, pero su ritmo
contagioso y pegadizo, además de los olores desprendidos por el humo del
tabaco, las velas y el copal, te sumergen en un estado alterado de
conciencia en el cual se siente flotar el cuerpo. En todas las sesiones en
que participé, ninguno de los presentes dijo nada. Fuese por respeto o por
temor, todos permanecimos en silencio, con la mirada baja, sin intentar
observar en detalle la que hacía el chamán. Con frecuencia, éste
administraba más pares de hongos al enfermo, que vomitaba constantemente y
parecía epiléptico por la espuma que manaba de su boca. Tanto el paciente
como «el sabio» bebían un líquido que, probablemente, fuese chicha de maíz.
Yo me mantuve siempre sereno. De acuerdo con el chamán, guardaba los pares
de hongos que me entregaba y se los devolvía al terminar la sesión. Los
otros participantes tampoco bebían, ya que su función era la de vigilar que
todo permaneciera en orden. El intenso humo y el olor desprendido por la que
allí se quemaba, no dejaba ver ni oler los v vómitos del enfermo, que se
retorcía de dolor sujetándose el estómago. A la largo de la noche, el chamán
sacaba más pares de honguitos, que administraba al paciente. Al oír el canto
del gallo que anunciaba el amanecer, la velada finalizó.
Entonces, los acompañantes del enfermo lo llevaron a su casa. Generalmente,
en caso Jeque el paciente viviera lejos, se quedaba descansando en casa del
chamán.
Quiero destacar algo que me llamó mucho la atención en María Sabina y en
María Apolonia: su fuerte espiritualidad, centrada en la creencia en Dios y
en el respeto por la fe católica. También saltaba a la vista que ejercían su
saber guiándose por una «Regla» estricta de conducta. Otras mujeres menos
espirituales que ellas, hubiesen aprovechado su posición para obtener
riquezas o influencias a través del «don» de sanación.
Sin embargo, cuando entregué a Apolonia una pequeña suma de dinero como
ayuda, lo guardó rápidamente entre sus ropas como un medio para aliviar
algunas de sus notorias carencias económicas. Nos permitió que la
fotografiáramos sin esperar nada a cambio y expresó una felicidad espontánea
cuando le dejamos las raciones de comida que habíamos llevado desde Tehuacán.
Ella no era poderosa ni en lo económico ni en lo político, pero su riqueza
espiritual hizo que el rostro de la maestra Romero irradiara dicha. Creo que
esta bella mujer disfrutó el encuentro más que yo.
El poder chamánico y el sexo:
El lector se preguntará: ¿por qué sí María Apolonia acompañaba a su madre en
muchas de las «veladas», nunca fue considerada «sabia» mientras vivió su
mentora? En las culturas que he estudiado, independientemente de si me
encontraba en Papúa Nueva Guinea o en la antigua Birmania con las «mujeres
jirafa», observé un hecho común a todas: las «sabias» no pueden tomar
alucinógenos mientras estén en condiciones de procrear.
María Sabina tomó los hongos por primera vez a una edad cercana a los 6 años
y los siguió consumiendo hasta que se hizo mujer. Primero los ingirió por
hambre y luego, según me explicó ella misma, para ayudar a sus paisanos
enfermos y sin dinero. Entonces, su madre, Maximina Pineda, le dijo que las
mujeres que no respetaban el ayuno sexual antes y después de tomar los
honguitos sufrían castigos atroces. Tuvo que esperar a haber pasado la edad
procreativa para convertirse en una mujer sabia.
«Después de retirarme de la vida marital, me purifiqué y me dediqué al
trabajo -me explicó-. Pero nunca comí los 'niños santos' mientras viví con
un hombre pues, de acuerdo con nuestras creencias, la mujer que toma hongos
no debe tener trato sexual durante los cuatro días anteriores y posteriores
a la velada».
María Apolonia también tuvo que esperar a dejar la vida marital para
convertirse en sabia. Sin embargo, acompañó en muchas ocasiones a su madre
en las veladas. En algunas participó con sus cánticos, como en la madrugada
del 29 al 30 de junio de 1955, a la cual asistió el antropólogo Gordon
Wasson, que dio a conocer al mundo la existencia de María Sabina. En dicha
ocasión, Apolonia llevaba a un niño en el rebozo, estrechado contra el
cuerpo de su madre. Muchas veces acompañó a «la Sabi» que, en cierta
ocasión, también me lo confirmó: «No "recuerdo cuántas veces tuvimos que
agarrar esas cositas y 'desvelarnos' mi hija María Apolonia y yo».
El santuario profanado
En mi primer viaje a Huautla de Jiménez, en noviembre de 1978, la situación
de la comarca era totalmente diferente a la que observé durante mi última
visita, en octubre de 2003. Hace 25 años la carretera era de piedra y barro
y tardé cerca de 8 horas en recorrer los últimos 80 kilómetros que la
separaban de la población más próxima. Por entonces no resultaba sencillo
acceder a la tierra mazateca, debido principalmente al rechazo de los
extraños por parte de los chamanes, sobre todo después de lo que sucedió al
divulgarse la existencia de estos sanadores y de las plantas alucinógenas.
María Sabina me lo explicó de una manera sencilla: «Para mí era difícil
hacerles comprender que las 'veladas' no se hacían con el afán de encontrar
a Dios, sino con el propósito de curar las enfermedades que padece nuestra
gente. Más tarde supe que los jóvenes de larga cabellera no necesitaban de
mí para comer 'cositas'. No faltaron paisanos mazatecos que, con el fin de
obtener algunos centavos, vendieron los 'niños santos' a los jóvenes, que
los comían en el lugar que les daba la gana; lo mismo se dedicaban a
masticarlos sentados a la sombra de los cafetales que sobre un peñasco en
alguna vereda del monte. Estos jóvenes no respetaron nuestras costumbres.
Nunca, que yo recuerde, los 'niños santos' fueron tomados con tanta falta de
respeto. Para mí no es un juego hacer 'veladas'. Quien lo hace simplemente
para sentir los efectos puede volverse loco. Nuestros antepasados siempre
tomaron los 'niños santos' en una 'velada' presidida por un sabio. El 'Uso
indebido que los jóvenes hicieron de las 'cositas' fue escandaloso. Pronto
surgieron centros públicos de consumo como los que existían en otros
continentes».
Sabina pagó un precio muy alto por desvelar los secretos de los mazatecos.
Por mucho que asistieran a su entierro cerca de 3.000 personas, fue odiada
por la mayoría de los habitantes de Huautla de Jiménez. Muchos de ellos se
hicieron ricos a costa de ella y de los turistas de medio mundo que llegaron
a la región, atraídos por las noticias que se publicaron a raíz de su
encuentro con Wasson. Los forasteros trajeron mucho dinero para adquirir
sabiduría, placer o curarse de alguna enfermedad. Se dice, aunque no tengo
constancia documental de ello, que tanto los Beatles, como Bob Dylan, Mick
Jagger y otros célebres músicos, visitaron esta comarca.
A María Sabina le quemaron la casa y la pequeña tienda de comestibles que
tenía. Incluso mataron a uno de sus hijos. En cierta ocasión también ella
recibió varios balazos en el abdomen. Sus allegados se quedaron con su
dinero. Según se cuenta, y ella misma atestiguó, sus propios hijos le
robaron parte de la que le mandaban, a excepción de María Apolonia.
La chamana más famosa del mundo vivió pobre y sufrió graves consecuencias
por haber desvelado a científicos e investigadores extranjeros las
tradiciones ancestrales del pueblo mazateco. Ella estaba convencida de que
recibiría un castigo divino por su indiscreción, al igual que le había
ocurrido a su padre por quemar los pastos de un vecino, aunque lo hiciese
por accidente. Según sus creencias, este descuido le acarreó «el mal del
guajolote» (tumores en el cuello), enviado por «el señor de Chichón Nindo»,
que se encarga de dar su merecido a las personas y animales que dañan los
sembrados y las cosechas de otros.
María Sabina nunca cobró por sus servicios de sanadora y murió tan
pobremente como había vivido. De esa manera pagaría en vida su osadía de
divulgar al mundo unos conocimientos ancestrales que solamente pertenecían a
su pueblo.
En la relación maestro-alumno, entre Juan Matus y Castaneda, éste nunca
divulgó datos que pudieran dar una idea de quién era Don Juan, ni el lugar
exacto donde se encontraba. Los conocimientos que nos transmitió no pueden
en ningún caso contaminar tradición alguna. y ¿María Apolonia? ¿Cómo es que
ha podido recibir el legado de la sabiduría de su madre, si ésta dijo al
respecto que se puede heredar el color de la piel o los ojos, incluso la
manera de llorar o de sonreír, pero que con la sabiduría no sucedía lo
mismo, sino Que se traía consigo al nacer? «Mi sabiduría no puede enseñarse
-afirmó-; por eso digo que mi 'lenguaje' nadie me lo enseñó, porque es el
que los 'niños santos' me dicen al entrar en mi cuerpo. Quien no nace para
sabio, no puede alcanzar el 'lenguaje', aun- que haga muchas veladas».
María Sabina recorrió el primero de los tres caminos de la iniciación
chamánica: fue elegida directamente por los espíritus, mientras su hija
María Apolonia siguió la segunda vía (por herencia de la tradición). La
tercera vía -por aproximación a un chamán que acepta al aspirante como
discípulo- es la que siguió Castaneda.
¿Curan realmente estos chamanes? Hipócrates dijo en cierta ocasión: «un
paciente mortalmente enfermo es capaz de sanar su enfermedad si cree que
puede hacerlo». El médico indígena no busca la virtud farmacológica de las
plantas alucinógenas, sino un poderoso impacto sobre el psiquismo mágico del
paciente. La fuerza mística de las plantas -que permiten al chamán «viajar»
al origen o raíz de la enfermedad- también es lo que actúa sobre la mente
del nativo. Esta es la clave de la sanación.
La utilización de plantas alucinógenas como medicina por parte de diversas
culturas es tan antigua como real, aunque en este caso la realidad consista
en un mito. La esencia de toda magia es su tradicional integridad. Sólo
puede ser eficaz si ha sido transmitida sin mengua ni falla de una
generación a otra, desde los tiempos primordiales hasta la actualidad. Por
ello, la magia requiere una genealogía, una especie de pasaporte tradicional
en su travesía a través del tiempo y esto lo proporciona el mito.
Descanse en paz María Sabina. Siempre que pudo asistió a la Iglesia y mostró
una gran fe en Dios, que mantuvo hasta el último momento de su vida. La
chamana murió después de haber comulgado y minutos antes de confesarse con
el sacerdote católico Eugenio Cuevas.
Su deceso se produjo el 22 de noviembre de 1985. Fue sepultada dos días
después, con siete semillas de calabaza; siete especies de botoncitos; un
vaso, una taza, un plato; agua y comida para la sed y el hambre. En el
preciso momento en que la enterraban, se mató aun gallo para que le indicara
el camino de la eternidad y se encendió un copal para anunciar al Reino de
los Cielos que un ser importante llamaría pronto a las puertas de la
inmortalidad.
Extraído Año Cero. Año XV nº 02-163
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